Alguien llama a la ventana es un libro que de tan solo verlo te da un escalofrío sobrecogedor, en el que conviven con naturalidad nuestra vida cotidiana y aquello inexplicable que espera tras una puerta cerrada o vigila desde la ventana de una casa olvidada.
No busca aterrarnos con peligros mortales, sangre y maldad humana, sino que nos debilita con la sutil incertidumbre que nos genera lo desconocido. La incomodidad de las noches tormentosas, de un cuarto vacío, de unos golpes en la ventana que está a tu lado, de una respiración de más en la fría soledad.
No solo la antología de cuentos góticos viene de la mano de una escritora excelente que incluso los tradujo, sino que nos enfrentamos a alguien que cree en los misterios, una escritora que no nos va a tranquilizar antes de irnos a la cama diciendo que todo es una ficción…
En el caso del libro que nos ocupa, realmente lo disfruté, no sólo por el contenido y la excelente edición de la obra, sino por traerme reminiscencias y el redescubrimiento los autores seleccionados para realizar antología. En los años setenta mi abuela me compró un pequeño librito en rústica que contenía cuatro o cinco relatos de Lovercraft, Becquer, Poe y otros.
El clima, la ambientación y el cuidado lenguaje de época de los personajes generan una experiencia inolvidable, y en este caso no podemos menos que agradecer a Cristina Bajo por la delicadeza y el buen gusto al realizar selección y las introducciones a cada relato con sus propios recuerdos y experiencias personales.
En lo personal, coincidimos en que nuestros relatos favoritos fueron “Cómo desapareció el miedo de la galería alargada” de Edward Frederic Benson, y “La pequeña sala” de Madeline Yale Wynne, de ritmo ágil y muy original que centran toda la tensión y el terror en una sola habitación de una casa cualquiera.
La belleza de la edición... |
Para seguirlos enamorando de éste hermoso libro que se colará entre los favoritos, les dejamos una pequeña parte del prólogo que nos escribe Cristina Bajo…
“Los relámpagos iluminan una gran ventana que mira hacia el jardín
y a través del vidrio, aferrada a las rejas, imaginamos distinguir esa figura
blanca de la que hablan el barrio desde hace al menos un siglo, si no más. Es una
mujer, está empapada y mira hacia adentro, deseosa de calor, de sentarse entre
personas, y de contarles la historia de su vida…
No hay que temerle. Es como esas pobres gotas de agua o
pequeños animales prehistóricos que han quedado atrapados en un pedazo de ámbar
hace millones de años.
Todo ese encanto oscuro desaparece si alguien, carraspeando,
dice: “Ayer leí un cuento de fantasmas…”
Y retorna la luz y todos están un poco confusos y guiñados y
la casa solo es una vieja casa que rechina, y afuera no hay nada pero, por las
dudas, no salgamos a mirar bajo el sauce, donde habita la mujer de la ventana. “
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